martes, 4 de enero de 2011

Las “figuras de autoridad” en nuestra vida diaria




Por Ricardo Higuera Mellado
Durante 2010, nos vimos envueltos bajo el concepto de “figuras de autoridad”. Una serie de personajes públicos tuvo que dar cuentas a la ciudadanía respecto de sus palabras, decisiones y acciones, las que repercutieron de forma directa en la vida de cientos y miles de personas. No sólo fueron los responsables, sino que debieron dar la cara y hacer valer el cargo que representaban.
Lo vimos con la inoperancia de las autoridades luego del terremoto y el tsunami; lo presenciamos con el comportamiento del presidente Piñera luego del rescate de los 33 mineros; lo vivimos en el cuestionamiento a las acciones del sacerdote Karadima; lo escuchamos en las desacertadas opiniones de la ex directora de la Junji, lo sentimos en el incendio en la cárcel de San Miguel… por nombrar sólo algunos episodios.
Sin embargo, vale la pena preguntarse, en un nivel más íntimo, cuáles son esas “figuras de autoridad” que reconocemos y validamos en nuestra vida diaria. Quizás sin saberlo (para muchos), estas personas juegan un rol preponderante en la configuración de nuestro mundo: desde lo que pensamos, hasta cómo sentimos y qué declaramos. Tal vez, para otro, ocupan un lugar que no necesariamente les hemos asignado conscientemente.
Hace un par de semanas, en medio de una conversación cotidiana, uno de mis amigos me comentaba lo mal que se sintió luego de recibir unos comentarios en su trabajo, por una situación fortuita que retrasó la ejecución de un determinado plan. Le pregunté si se trataba de su jefe, su supervisor directo o alguien que realmente tuviera injerencia en su desempeño diario (lo que hubiera justificado la forma en la que mi amigo se sentía). Pero no. Se trataba de una persona que, dentro del organigrama de la empresa, ni siquiera tiene relación directa con él ni con el resultado de las labores que realiza diariamente. Es más, sólo se habían saludado un par de veces en casi seis meses.
Conversamos sobre cuán relevante eran para él esos comentarios y qué valor le asignaba a la persona que se los había hecho. Lo curioso fue saber que, para mi amigo, esta compañera de trabajo no representaba una figura de autoridad en su vida (expresa o tácitamente). Luego de mucho conversar, concluimos que era clave no asumir esos juicios como verdades absolutas. Debía dejar de sentirse particularmente afectado por conclusiones que no tenían una argumentación sólida y que venían de una persona a la que él no atribuía características especiales en términos de relacionamiento.
Cuando nos enfrentamos a este tipo de situaciones, de personas que se toman el tiempo de hacer juicios sobre nosotros, vale la pena detenerse y pensar cuánto poder le asignamos a ellos y sus palabras. En términos generales, podemos reconocer figuras de autoridad en personas que tienen una mayor experiencia sobre determinadas materias (desde un campesino que conoce a la perfección el proceso de siembra y cosecha de un alimento en pleno campo, hasta el Premio Nóbel de Física) o alguien que pueda compartir sus experiencias previas sobre situaciones similares con otros (amigos, familiares, los jefes en las oficinas). Pero la clave está en cómo nosotros somos capaces de reconocer en ellos una figura que tiene el poder (otorgado por uno) de influir sobre mi estado anímico, mis pensamientos y mis acciones.
Cuando uno es capaz de hacer ese ejercicio, se da cuenta que muchas veces se presta atención a juicios que no son reales, pero que se asumen como tal o que vienen de una persona a la cual nosotros no reconocemos como la indicada para hablarnos de ese modo. Y lo más gratificante, es que, una vez que asumimos ese poder de restarle importancia a esas situaciones, logramos salirnos de un estado anímico como el que se encontraba mi amigo en esa oportunidad.
Pasa con los doctores a los que uno no le cree de buenas a primeras y pide una segunda opinión; sucede con el amigo que sabe, más o menos, qué carne es mejor para la parrilla, pero que al final reemplazamos por la sabiduría del carnicero del barrio; ocurre con el vocero de una compañía que, en el momento clave dentro de una crisis, titubea al momento de una declaración pública y lleva a la empresa a una pérdida de confianza por parte de sus públicos clave; pasa con el político que no cumple lo prometido en campaña y que nunca más logró recuperar el voto de ese elector que confiaba en él. La lista es larga, colorida y llena de formas.
Cuando mi amigo comprendió que debía dejar de sentirse oprimido por los comentarios de esta compañera de trabajo, soltó la angustia y se relajó. Comprendió que, en la medida que él identifique claramente quiénes son esas figuras de autoridad en su vida, sabrá con qué ligereza o profundidad tomará los juicios que hagan sobre su forma de pensar, el valor de sus sentimientos o las repercusiones de sus actos.

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