lunes, 19 de julio de 2010

La importancia de las comunidades en el diseño de las políticas públicas

Por Ricardo Higuera Mellado

En los últimos años, el Estado chileno ha trabajado por convertirse en una institución eficaz y eficiente. En su devenir, y en especial en los últimos 20 años, se ha nutrido de elementos propios de la empresa privada, con el fin de otorgar un mayor profesionalismo al diseño, a la implementación y a la evaluación de aquellas políticas públicas que impactan directamente en la vida de las personas.


Se ha trabajado por reclutar a profesionales experimentados, con antecedentes que demuestren dominio y habilidades sobre distintas materias; se ha debatido sobre aspectos de la vida humana que son propios de sociedades en vías de desarrollo; se han trazado caminos para insertar a nuestro país en el contexto internacional tanto en el plano de la economía como en el de las relaciones exteriores y la cultura; se han elaborado planes y programas que permiten conducir al país hacia ese tan anhelado (y a veces tan esquivo) desarrollo. En el fondo, se han focalizado los esfuerzos en instalar una conversación en torno a cómo Chile puede ser una nación más inclusiva, generosa y con conciencia social.

En el ámbito operativo, todas estas innovaciones apuntan a que el Estado se convierta, entre otras características, en un actor con mayores capacidades gerenciales, que se elimine la burocracia y que, de esta manera, se inyecte agilidad y transparencia en la asignación de recursos y en la toma de decisiones que afectan los beneficiarios, que no son más que los propios ciudadanos. En este sentido, se habla de una nueva gerencia, asociada a incorporar valor público en las decisiones que se toman a nivel de Estado.

En los últimos años, Chile ha sido testigo de una serie de políticas que apuntan a convertirse en un mejor país. Entre los grandes objetivos de la Concertación (una actual abreviación de la llamada Concertación de Partidos por la Democracia, post dictadura de Augusto Pinochet) se encuentran: lograr que nuestro país sea capaz de acabar con la pobreza, que el sistema de salud sea lo suficientemente robusto y operativo para abordar las problemáticas de morbilidad que afectan a la población en su conjunto; que la Educación se convierta en el factor que logre romper con la costumbre de las castas y los apellidos que aseguran una mejor calidad de vida a las generaciones futuras; que Chile se convierta en un actor competitivo a nivel económico, un referente en materia de política exterior, una nación que se cuadra con los acuerdos medioambientales a los cuales han adscrito decenas de países alrededor del mundo; que existan las condiciones para un empleo pleno; que se rompa la exclusión basada en políticas de género de deficiente implementación y que aumentan la brecha en el acceso y participación de hombres y mujeres; que Chile sea un país abierto, inclusivo, tolerante y respetuoso de la diversidad étnica, religiosa, sexual y cultural.

Visto desde esa perspectiva, ha sido un trabajo que ha buscado incluir las distintas miradas, experiencias y estilos de vida de las distintas comunidades que conforman los casi 17 millones de personas que viven en Chile. Y, lejos de ser una tarea cumplida, desde el punto de vista de la inclusión, nos encontramos en un camino intermedio, en donde la labor que se ha venido realizando está en un proceso previo a una maduración total.

Pocos podrían afirmar que Chile sigue siendo el mismo que hace 20 años. Nuestro país ha transitado hacia una apertura que ha permitido instalar aquellos temas que son gravitantes para el desarrollo de nuestra sociedad. Ley de filiación; políticas de igualdad de acceso a oportunidades de educación y salud; inclusión de las etnias originarias; obras de infraestructura; mecanismos destinados a lograr una disminución real de la pobreza; políticas migratorias; planes y programas que buscan dar impulso a los pequeños y medianos empresarios, reconocimiento de los distintos cultos religiosos; posiciones claras respecto a temas clave para el desarrollo de la política exterior, como los Derechos Humanos o participación en guerras (llamadas “luchas contra el terrorismo internacional”), igualdad de género, entre tantas otras, forman parte de un abanico de aspectos que nuestra nación ha trabajado y se ha preocupado de fortalecer para dar cuenta que en estas dos décadas se ha avanzado hacia un sistema de políticas públicas abiertas, inclusivas y con alto impacto.

Sin embargo, muchas de estas políticas públicas han fallado, indistintamente, en sus etapas de diseño, implementación o evaluación. ¿Por qué?

Como base de este análisis, por políticas públicas debería entenderse (1) un curso de acción estable (2) definido por el gobierno (3) para resolver un área relevante de asuntos de interés público (4) en cuya definición en las actuales sociedades suelen también participar actores de origen privado (Tomassini, 2007). Y desde una perspectiva comunicológica, cabría preguntarse qué valor cobran las distintas comunidades que componen una sociedad justamente para la etapa de diseño de las distintas políticas públicas.

Desde el punto de vista comunicológico, comunidad se traduce en un espacio común, en donde bastan dos personas para generar un mundo particular, un espacio en donde surgen códigos, lenguajes, intereses similares, objetivos, planes, estrategias, anhelos que se quieren alcanzar, que se quieren cumplir. En ese mundo común la identidad como uno de los elementos centrales de su constitución.

Para lograrlo, se apela a la voluntad y el interés para establecer mecanismos que permitan remar en esa dirección, agrupando todas las fuerzas involucradas, para que el trabajo sea menos costoso y, a su vez, pueda satisfacer a más personas, a todos los integrantes de esa comunidad. En ella, sus miembros se reconocen, distinguen elementos que los constituyen como tal y construyen sobre una base común que les permite proyectar sus intenciones.


En un país que se encuentra inserto en un mundo globalizado, como en el que vivimos actualmente, las comunidades en nuestro país se han multiplicado exponencialmente, cada una con distintas identidades.

Bajo esta mirada, cabría preguntarse qué ha hecho el Estado por considerar la existencia de estas comunidades, por ejemplo, en la etapa de diseño de una determinada política pública. Conveniendo de antemano que en un diseño de esta magnitud es imposible considerar cada visión de forma particular, los organismos públicos deben ser capaces de contar con la suficiente apertura para incluir las distintas demandas que existen en aquellos grupos que, en la posterior etapa de implementación de estas políticas, se transformarán en los beneficiarios directos. Es importante que se tomen en cuenta las distintas experiencias, que el aparato público sea capaz de escuchar lo que la ciudadanía quiere decir, lo que anhela, lo que demanda para satisfacer sus necesidades. En sentido opuesto, lo peor que puede hacer el Estado es dedicarse a implementar políticas que se diseñen a puerta cerrada, que respondan a intereses particulares o que se encuentren alejadas de la realidad que afecta al país y a las comunidades que lo componen.


Es necesario que en la etapa de diseño exista una etapa previa de diagnóstico en donde se establezcan los lineamientos sobre los cuales se va a trabajar. Y que ese diagnóstico se realice en conjunto con aquellas comunidades a las cuales se afectará con el diseño de una determinada política. Esto, por varias razones centrales: primero, por ser ellas las beneficiarias directas; segundo, por los recursos que se invertirán en que se lleve a cabo y, tercero, por las repercusiones que puede tener tanto a nivel interno como externo en el desarrollo y estabilidad del país.


Es importante que el Estado sepa distinguir a aquellas comunidades que pueden ayudarlo a cumplir esos objetivos, como también a las que pueden entorpecer su desarrollo e implementación. Y desde esa perspectiva, el rol activo de todos los integrantes de una determinada comunidad, juega un rol preponderante. Son ellos quienes deben trabajar para que sus inquietudes y demandas tengan cabida en las decisiones que se toman a nivel gubernamental.


Retomando el símil entre Estado y empresa privada, las comunidades también son relevantes en el diseño de una política pública, porque son ellas quienes, en el proceso de implementación, podrán validar su efectividad, tal como una empresa que se puede llamar como tal sólo si hay consumidores que participan de ese proceso transaccional. E incluso ahondando en esta concepto, las comunidades internas –las que pertenecen al Estado- también juegan un rol preponderante, ya que son ellas las que se encargarán de implementar las opciones que se tomaron en la etapa de diseño. En este sentido, es clave que el aparato público sepa reconocer a aquellas comunidades que permitirán que estos procesos se desarrollen de forma satisfactoria.


Chile se encuentra en una etapa clave de su historia: la celebración de los 200 años de independencia demandan que el país se encuentre preparado para dar aquellos pasos que faltan para alcanzar el desarrollo. Y en este sentido, el concepto de inclusión al que se hizo referencia previamente en este texto, cobra una relevancia especial. Es importante que se generen los espacios adecuados para que la participación activa de las distintas comunidades en el país sea provechosa para los objetivos que se han establecido como una nación que se encuentra ad portas de la celebración de su bicentenario.

martes, 6 de julio de 2010

Comunidades virtuales, ¿nuevas formas de construir colectividad? *





Por Marta Rizo García


Es un hecho que los procesos de comunicación se están modificando; pero también es un hecho que la llamada comunicación masiva –con medios como la televisión y el radio, fundamentalmente- sigue muy anclada a la realidad social actual. No por ello, sin embargo, pierde sentido debatir acerca de las nuevas formas de ser y estar –y por tanto de las nuevas formas de comunicarnos- que promueven los espacios virtuales configurados por la red de redes, el Internet. Si tomamos en cuenta el sentido etimológico del término “comunidad”, tenemos que proviene de la voz latina communis, que deriva en cum (con, conjuntamente) y munus (carga, deuda). De ello, se puede inferir que la comunidad remite a una relación social caracterizada por obligaciones mutuas. Otro sentido del término communis está ligado a la noción de comunión, al acto de compartir y de situarse en conjunto. Este otro sentido aproxima el término comunidad al de comunicación. Toda comunidad requiere del establecimiento de una red de vínculos e interacciones y relaciones entre sujetos; requiere también de la gestación y mantenimiento de un sentido de pertenencia y de la realización de acciones colectivas impulsadas por los miembros de dicha comunidad.

En la actualidad, la noción de comunidad “ha sido privilegiada para dar cuenta de la gama de espacios sociales y técnicos que emergen de las redes informáticas, permitiendo a los individuos interactuar y encontrarse de distintas formas” (Siles, 2005: 56). Vale la pena retomar la distinción entre el uso coloquial del concepto comunidad y su significado etimológico –procedente de communis, común-. Muchos autores afirman que una comunidad no se refiere tanto al espacio físico en el que sus miembros interactúan, sino más bien a la cualidad de estas congregaciones de compartir objetos en común.

En sentido estricto, no puede hablarse del fin de los tiempos de lo masivo, pero sí de un escenario comunicativo modificado por el surgimiento y consolidación de nuevos dispositivos de información y comunicación radicalmente distintos –sobre todo en la relación que establecen con los usuarios, muy distantes y distintos a las audiencias pasivas anteriores- a los medios anteriores que, sin duda, todavía se mantienen con fuerza.

¿Qué sucede cuando las comunidades se relacionan en un espacio virtual y no físico? ¿Qué nuevas formas de comunidad se crean en estos nuevos entornos tecnológicos? Howard Rheingold fue el primer autor en usar la palabra comunidad virtual, y la definió como el conjunto de “agregados sociales que surgen de la Red cuando una cantidad suficiente de gente lleva a cabo estas discusiones públicas durante un tiempo suficiente, con suficientes sentimientos humanos como para formar redes de relaciones personales en el espacio cibernético” (Rheingold, 1996: 20). En esta definición es importante prestar atención a los conceptos de lo público, la suficiente cantidad de personas y la formación de redes de relaciones, tres de los requisitos básicos para la existencia de las comunidades, que al tener presencia en dispositivos tecnológicos modifican las relaciones humanas y se desterritorializan, es decir, se dispersan geográficamente. En otros términos, “la comunidad se desterritorializa e individualiza, se convierte en una red de relaciones sociales significativas que pueden ser muy dispersas geográficamente” (Ninova, 2008: 302).

Hablar de comunidades virtuales requiere, antes que cualquier otra cosa, tener claridad en torno a lo que entendemos por virtualidad, un término que ha dado lugar a múltiples definiciones. El término virtual proviene de la voz del latín medieval virtualis, un derivado de virtus, que significa fuerza, poder. Lo virtual serviría, así entonces, para designar lo que no es sino fuerza o en potencia, lo que es real pero no actual, nos dice Deleuze (1996). Por otra parte, según Philippe Quéau (1993), virtual viene también de vertu, que significa poder o calidad, lo cual lo lleva a establecer un enlace entre virtual y virtud. Hay muchas formas distintas de concebir a lo virtual, pero todas ellas comparten el considerar que la naturaleza de lo virtual se puede definir como “la generación tecnológica de un entorno de percepciones y experiencias en el que es posible la interacción, es decir, es posible modificar el entorno en función de los estímulos y las respuestas que se van produciendo” (Núñez, 2008: 210). Siguiendo a Siles, “lo virtual es a lo real lo que la copia es a lo original: un reflejo, una representación o una reproducción a veces fiel y a veces rebelde. Esta aproximación está basada en una posición teórica de representación según la cual lo virtual está subordinado a la entidad original de lo real. Las dos formas esenciales son inmutables y separadas la una de la otra: lo virtual no es sino una pálida imitación de lo real. En ese sentido, lo virtual degrada necesariamente lo real: en palabras de Baudrillard, lo virtual sería un ‘simulacro’ o un ‘doble’ de lo real” (Siles, 2005: 60). Como simulacros de lo real, así, las comunidades virtuales son una especie de copia de las comunidades reales. Desde esta óptica, se puede afirmar que el grupo de personas que interactúan en las comunidades virtuales lo hacen de forma ficticia, de modo que se degradan las relaciones interpersonales cara a cara. Hay autores que consideran que las comunidades virtuales son simulaciones de los encuentros cara a cara, y por ello, pueden ser consideradas como representaciones aparentes de los encuentros reales. Esto último pone el acento en un debate que aún permanece sin respuesta: ¿es contradictorio hablar de comunidad virtual en tanto la idea de comunidad requiere de lealtades a largo plazo y de contactos cálidos afectivamente hablando? Como afirman Proulx y Latzko-Toth (2000), si las comunidades, por definición, consisten en relaciones sociales entre un grupo de personas cercanas en un espacio geográfico determinado, resulta paradójico asociar el término comunidad al adjetivo virtual, que remite a la abstracción y la simulación.

Todo tema polémico genera visiones encontradas que, a menudo, no hacen más que simplificar el debate. En este caso, existen visiones apocalípticas e integradas, o tecnófobas y tecnófilas, respectivamente. Desde un punto de vista optimista, hay autores que consideran a las comunidades virtuales como liberadoras: “lo virtual se convierte en una resolución de las imperfecciones de lo real. Por medio de lo virtual, el individuo es capaz de realizar –o de actualizar- los potenciales latentes del mundo” (Siles, 2005: 61). Según esta perspectiva, lo virtual sería complementario y suplementario de lo real, y nunca degradatorio. En la misma línea se sitúa Rheingold (1996), para quien la comunidad virtual es un espacio liberador para sus miembros, una alternativa ante las imperfecciones del mundo, un medio de igualación de las diferencias y de emancipación de las minoridades sociales, capaz de revitalizar la esfera pública.

En el otro extremo, estarían aquellas visiones negativas que consideran que la comunicación cara a cara está desapareciendo por el papel cada vez más importante que juegan las tecnologías de información y comunicación (TIC). Pero, ¿puede desaparecer la esencia del ser humano, es decir, la comunicación? Nada más alejado de la realidad. Ello no significa que, efectivamente, la comunicación interpersonal esté sufriendo cambios constantes, pero de ahí a considerar que va a desaparecer, hay un trecho muy amplio que debe hacer repensar estas visiones tecnófobas.

En las situaciones de comunicación por medio de las TIC no le damos tanta importancia al contexto físico, elemento fundamental en la comunicación cara a cara. El concepto de conexión, vinculado al de interacción, modifica incluso la concepción de la persona, hasta considerarla como un ente portátil. Lo anterior queda claro en la siguiente afirmación: “No necesariamente tenemos que estar fijados en un lugar para comunicarnos con otros, el contexto físico se vuelve menos importante. Las conexiones son entre personas y no entre lugares, así la tecnología proporciona un cambio: conectar las personas estén donde estén. Las personas se vuelven portátiles, pueden ser localizadas para interacción a través de la tecnología en cualquier lugar. De este modo, la comunicación persona a persona se vuelve central y apoya la desfragmentación de los grupos y las vecindades” (Ninova, 2008: 303).

Las pérdida de espacialidad y temporalidad ha sido concebida por otros autores como causante de la pérdida de la intersubjetividad y, al fin y al cabo, como pérdida del sujeto: “El hombre no es tal sin el ser-con-los-otros, es decir, sin reconocer y ser reconocido por los demás, sin interpelar y ser interpelado, sin la interlocución que implica comunidad” (Herrero, 2008). Lo que antes era concebido como un uso del tiempo en relaciones e interacciones cotidianas cara a cara, y con gran presencia de lo público como escenario, hoy parece diluirse en nuevos espacios para las relaciones humanas. Espacios que no deben concebirse como promotores de la soledad y el aislamiento de las personas: “se ha exagerado el aislamiento al que puede conducir el uso de estas aplicaciones. Como si en la interacción cara a cara, en las relaciones tradicionales en las que se comparte el espacio físico, no existiera la soledad o el aislamiento” (Valiente, 2008: 3).

La reflexión sobre las comunidades virtuales debe ir indisociablemente ligada a las preguntas sobre las formas de relación cotidiana que estas comunidades traen consigo. Los sujetos, a lo largo de la historia, han construido diversas formas de relacionarse y de crear grupos y colectividades. La novedad, ahora, es que estas posibilidades se están ampliando: “La comunicación online amplía el alcance de las redes, permite mantener y fortalecer más relaciones” (Ninova, 2008: 304). Como las redes sociales en el espacio físico, las redes sociales en internet permiten la relación personal entre sus miembros y construyen nuevas formas de organización. Es decir, los cambios en los escenarios comunicativos están propiciando nuevas formas de comunicación, mas no están haciendo desaparecer la esencia comunicativa del ser humano, que sigue comunicándose cara a cara con sus semejantes.

Más allá de situarnos del lado extremo de los tecnófilos o los tecnófobos, consideramos que debemos asumir una postura reflexiva frente a estas nuevas formas de comunicación que presenciamos actualmente. Pensarlas implica generar nuevos conceptos o re-definir los ya existentes. Las comunidades reales no van a desaparecer ante la cada vez mayor presencia de comunidades virtuales, más bien ambas se alimentan mutuamente. Preferimos pensar, entonces, que las comunidades virtuales representan una nueva manera de concebir –y sobre todo de vivenciar y experimentar- las relaciones sociales.


* Extracto del artículo “Comunidades virtuales y nuevas formas de construir colectividad. Aportes teóricos para pensar la comunicación pos-masiva”, presentado para su evaluación y posible publicación en el Libro Colectivo de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC) en su edición del año 2010.

Marta Rizo García
Universidad Autónoma de la Ciudad de México
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