martes, 6 de julio de 2010

Comunidades virtuales, ¿nuevas formas de construir colectividad? *





Por Marta Rizo García


Es un hecho que los procesos de comunicación se están modificando; pero también es un hecho que la llamada comunicación masiva –con medios como la televisión y el radio, fundamentalmente- sigue muy anclada a la realidad social actual. No por ello, sin embargo, pierde sentido debatir acerca de las nuevas formas de ser y estar –y por tanto de las nuevas formas de comunicarnos- que promueven los espacios virtuales configurados por la red de redes, el Internet. Si tomamos en cuenta el sentido etimológico del término “comunidad”, tenemos que proviene de la voz latina communis, que deriva en cum (con, conjuntamente) y munus (carga, deuda). De ello, se puede inferir que la comunidad remite a una relación social caracterizada por obligaciones mutuas. Otro sentido del término communis está ligado a la noción de comunión, al acto de compartir y de situarse en conjunto. Este otro sentido aproxima el término comunidad al de comunicación. Toda comunidad requiere del establecimiento de una red de vínculos e interacciones y relaciones entre sujetos; requiere también de la gestación y mantenimiento de un sentido de pertenencia y de la realización de acciones colectivas impulsadas por los miembros de dicha comunidad.

En la actualidad, la noción de comunidad “ha sido privilegiada para dar cuenta de la gama de espacios sociales y técnicos que emergen de las redes informáticas, permitiendo a los individuos interactuar y encontrarse de distintas formas” (Siles, 2005: 56). Vale la pena retomar la distinción entre el uso coloquial del concepto comunidad y su significado etimológico –procedente de communis, común-. Muchos autores afirman que una comunidad no se refiere tanto al espacio físico en el que sus miembros interactúan, sino más bien a la cualidad de estas congregaciones de compartir objetos en común.

En sentido estricto, no puede hablarse del fin de los tiempos de lo masivo, pero sí de un escenario comunicativo modificado por el surgimiento y consolidación de nuevos dispositivos de información y comunicación radicalmente distintos –sobre todo en la relación que establecen con los usuarios, muy distantes y distintos a las audiencias pasivas anteriores- a los medios anteriores que, sin duda, todavía se mantienen con fuerza.

¿Qué sucede cuando las comunidades se relacionan en un espacio virtual y no físico? ¿Qué nuevas formas de comunidad se crean en estos nuevos entornos tecnológicos? Howard Rheingold fue el primer autor en usar la palabra comunidad virtual, y la definió como el conjunto de “agregados sociales que surgen de la Red cuando una cantidad suficiente de gente lleva a cabo estas discusiones públicas durante un tiempo suficiente, con suficientes sentimientos humanos como para formar redes de relaciones personales en el espacio cibernético” (Rheingold, 1996: 20). En esta definición es importante prestar atención a los conceptos de lo público, la suficiente cantidad de personas y la formación de redes de relaciones, tres de los requisitos básicos para la existencia de las comunidades, que al tener presencia en dispositivos tecnológicos modifican las relaciones humanas y se desterritorializan, es decir, se dispersan geográficamente. En otros términos, “la comunidad se desterritorializa e individualiza, se convierte en una red de relaciones sociales significativas que pueden ser muy dispersas geográficamente” (Ninova, 2008: 302).

Hablar de comunidades virtuales requiere, antes que cualquier otra cosa, tener claridad en torno a lo que entendemos por virtualidad, un término que ha dado lugar a múltiples definiciones. El término virtual proviene de la voz del latín medieval virtualis, un derivado de virtus, que significa fuerza, poder. Lo virtual serviría, así entonces, para designar lo que no es sino fuerza o en potencia, lo que es real pero no actual, nos dice Deleuze (1996). Por otra parte, según Philippe Quéau (1993), virtual viene también de vertu, que significa poder o calidad, lo cual lo lleva a establecer un enlace entre virtual y virtud. Hay muchas formas distintas de concebir a lo virtual, pero todas ellas comparten el considerar que la naturaleza de lo virtual se puede definir como “la generación tecnológica de un entorno de percepciones y experiencias en el que es posible la interacción, es decir, es posible modificar el entorno en función de los estímulos y las respuestas que se van produciendo” (Núñez, 2008: 210). Siguiendo a Siles, “lo virtual es a lo real lo que la copia es a lo original: un reflejo, una representación o una reproducción a veces fiel y a veces rebelde. Esta aproximación está basada en una posición teórica de representación según la cual lo virtual está subordinado a la entidad original de lo real. Las dos formas esenciales son inmutables y separadas la una de la otra: lo virtual no es sino una pálida imitación de lo real. En ese sentido, lo virtual degrada necesariamente lo real: en palabras de Baudrillard, lo virtual sería un ‘simulacro’ o un ‘doble’ de lo real” (Siles, 2005: 60). Como simulacros de lo real, así, las comunidades virtuales son una especie de copia de las comunidades reales. Desde esta óptica, se puede afirmar que el grupo de personas que interactúan en las comunidades virtuales lo hacen de forma ficticia, de modo que se degradan las relaciones interpersonales cara a cara. Hay autores que consideran que las comunidades virtuales son simulaciones de los encuentros cara a cara, y por ello, pueden ser consideradas como representaciones aparentes de los encuentros reales. Esto último pone el acento en un debate que aún permanece sin respuesta: ¿es contradictorio hablar de comunidad virtual en tanto la idea de comunidad requiere de lealtades a largo plazo y de contactos cálidos afectivamente hablando? Como afirman Proulx y Latzko-Toth (2000), si las comunidades, por definición, consisten en relaciones sociales entre un grupo de personas cercanas en un espacio geográfico determinado, resulta paradójico asociar el término comunidad al adjetivo virtual, que remite a la abstracción y la simulación.

Todo tema polémico genera visiones encontradas que, a menudo, no hacen más que simplificar el debate. En este caso, existen visiones apocalípticas e integradas, o tecnófobas y tecnófilas, respectivamente. Desde un punto de vista optimista, hay autores que consideran a las comunidades virtuales como liberadoras: “lo virtual se convierte en una resolución de las imperfecciones de lo real. Por medio de lo virtual, el individuo es capaz de realizar –o de actualizar- los potenciales latentes del mundo” (Siles, 2005: 61). Según esta perspectiva, lo virtual sería complementario y suplementario de lo real, y nunca degradatorio. En la misma línea se sitúa Rheingold (1996), para quien la comunidad virtual es un espacio liberador para sus miembros, una alternativa ante las imperfecciones del mundo, un medio de igualación de las diferencias y de emancipación de las minoridades sociales, capaz de revitalizar la esfera pública.

En el otro extremo, estarían aquellas visiones negativas que consideran que la comunicación cara a cara está desapareciendo por el papel cada vez más importante que juegan las tecnologías de información y comunicación (TIC). Pero, ¿puede desaparecer la esencia del ser humano, es decir, la comunicación? Nada más alejado de la realidad. Ello no significa que, efectivamente, la comunicación interpersonal esté sufriendo cambios constantes, pero de ahí a considerar que va a desaparecer, hay un trecho muy amplio que debe hacer repensar estas visiones tecnófobas.

En las situaciones de comunicación por medio de las TIC no le damos tanta importancia al contexto físico, elemento fundamental en la comunicación cara a cara. El concepto de conexión, vinculado al de interacción, modifica incluso la concepción de la persona, hasta considerarla como un ente portátil. Lo anterior queda claro en la siguiente afirmación: “No necesariamente tenemos que estar fijados en un lugar para comunicarnos con otros, el contexto físico se vuelve menos importante. Las conexiones son entre personas y no entre lugares, así la tecnología proporciona un cambio: conectar las personas estén donde estén. Las personas se vuelven portátiles, pueden ser localizadas para interacción a través de la tecnología en cualquier lugar. De este modo, la comunicación persona a persona se vuelve central y apoya la desfragmentación de los grupos y las vecindades” (Ninova, 2008: 303).

Las pérdida de espacialidad y temporalidad ha sido concebida por otros autores como causante de la pérdida de la intersubjetividad y, al fin y al cabo, como pérdida del sujeto: “El hombre no es tal sin el ser-con-los-otros, es decir, sin reconocer y ser reconocido por los demás, sin interpelar y ser interpelado, sin la interlocución que implica comunidad” (Herrero, 2008). Lo que antes era concebido como un uso del tiempo en relaciones e interacciones cotidianas cara a cara, y con gran presencia de lo público como escenario, hoy parece diluirse en nuevos espacios para las relaciones humanas. Espacios que no deben concebirse como promotores de la soledad y el aislamiento de las personas: “se ha exagerado el aislamiento al que puede conducir el uso de estas aplicaciones. Como si en la interacción cara a cara, en las relaciones tradicionales en las que se comparte el espacio físico, no existiera la soledad o el aislamiento” (Valiente, 2008: 3).

La reflexión sobre las comunidades virtuales debe ir indisociablemente ligada a las preguntas sobre las formas de relación cotidiana que estas comunidades traen consigo. Los sujetos, a lo largo de la historia, han construido diversas formas de relacionarse y de crear grupos y colectividades. La novedad, ahora, es que estas posibilidades se están ampliando: “La comunicación online amplía el alcance de las redes, permite mantener y fortalecer más relaciones” (Ninova, 2008: 304). Como las redes sociales en el espacio físico, las redes sociales en internet permiten la relación personal entre sus miembros y construyen nuevas formas de organización. Es decir, los cambios en los escenarios comunicativos están propiciando nuevas formas de comunicación, mas no están haciendo desaparecer la esencia comunicativa del ser humano, que sigue comunicándose cara a cara con sus semejantes.

Más allá de situarnos del lado extremo de los tecnófilos o los tecnófobos, consideramos que debemos asumir una postura reflexiva frente a estas nuevas formas de comunicación que presenciamos actualmente. Pensarlas implica generar nuevos conceptos o re-definir los ya existentes. Las comunidades reales no van a desaparecer ante la cada vez mayor presencia de comunidades virtuales, más bien ambas se alimentan mutuamente. Preferimos pensar, entonces, que las comunidades virtuales representan una nueva manera de concebir –y sobre todo de vivenciar y experimentar- las relaciones sociales.


* Extracto del artículo “Comunidades virtuales y nuevas formas de construir colectividad. Aportes teóricos para pensar la comunicación pos-masiva”, presentado para su evaluación y posible publicación en el Libro Colectivo de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC) en su edición del año 2010.

Marta Rizo García
Universidad Autónoma de la Ciudad de México

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