martes, 30 de marzo de 2010

Vínculos y relaciones




Por Ricardo Higuera Mellado


Una madre y su hija se acarician y se ríen en una complicidad única. Como si lo hubieran acordado secretamente, deciden olvidarse del ajetreo y del calor que caracteriza ese viaje en el metro de Santiago –en un verano que se resiste a terminar- y se lanzan en un juego en donde las sonrisas coronan la fortaleza de un vínculo que parece irrompible. La madre acaricia su cabeza y juega con el pelo que cubre, en dos moños, las orejas de su retoño. Toma su cara, aprieta suavemente sus mejillas, le habla despacio –casi susurrando- y en lo que parece el chiste más divertido que su hija haya escuchado jamás, la niña estalla en una carcajada tan estridente y contagiosa que no logra mantenerse de pie. Se arquea para contener una felicidad que quiere escapar de su estómago, de sus manos, de su cuerpo. Su cara se vuelve roja y sus pequeños ojos se humedecen hasta que una pequeña lágrima se escapa y cae por su mejilla derecha. Con las palabras entrecortadas, le pide a su mamá que no siga, que se calle un poquito –se pone un dedo sobre los labios, pidiéndole silencio-, mientras intenta recuperar el ritmo acostumbrado de su respiración.


El tren avanza dos estaciones más y del abrazo que las lleva entre túneles, personas, conversaciones y estímulos visuales, esta vez es la niña quien decide actuar. En lo que pareciera un secreto –quizás el más importante de la vida, por la seriedad con la que se acerca-, se aproxima a su oído de su madre, le dice un par de frases y en menos de cinco segundos, de la boca de su progenitora sale una explosión del sorbo del agua mineral que, inocentemente, bebió mientras puso atención las palabras de su hija. Nuevas carcajadas y una vez más, en esa sincronía, logran levantar un mundo privado, íntimo, un espacio en donde existían sólo ellas, con sus códigos, con su lenguaje, con su forma de relacionarse, con su manera de insertarse dentro de un espacio que se muestra tan ajeno e impersonal como ese medio de transporte.


Los vínculos que se dan a lo largo de nuestra vida, sumados a nuestras experiencias, estructura biológica, juicios, prejuicios y desarrollo psicosocial, son los que nos ayudan a construir nuestra identidad. Se transforman en un elemento clave, una base desde la cual nacen las conductas futuras y son un elemento central en la constitución de la personalidad de los seres humanos. Los vínculos, a juicio de expertos, se manifiestan de forma inconsciente y están presentes –se quiera o no- en la vida de hombres y mujeres. Tienen su raíz en la emocionalidad y se materializan en la conjunción de una emoción y otra o en el cruce de una emoción y un significado.

Un segundo paso en esta cadena está dado por la relación, concepto que cobra vida en distintos grados y que podría describirse como una manifestación de las múltiples aristas que surgen desde ese vínculo más puro, desprejuiciado, libre de calificativos. Las relaciones se van construyendo sobre la base de las experiencias que se viven en conjunto, de los acuerdos que se alcanzan, de los desacuerdos que rompen conversaciones, de las ideas, de las declaraciones, de los objetivos comunes, de las creencias o ideologías que separan a las distintas comunidades que habitan un determinado territorio. Adquieren distintos grados de profundidad en tanto se basan en un vínculo más arraigado en los cimientos.

Ante este panorama, es válido preguntarse: ¿es correcta la correlación vínculo-relación, en ese orden? ¿O es a partir de una relación que se va generando un vínculo entre las personas? Curioso es el caso del ámbito jurídico, en donde vínculo y relación están en un mismo nivel en términos interpretativos –relación laboral y vínculo laboral tiene, en este ámbito, el mismo valor-.

Independiente de la opción, queda en el aire la poderosa idea que el vínculo es efectivamente un componente más profundo en términos emocionales, en el aspecto constitutivo del ser humano. Muchas veces hemos escuchado que es más doloroso romper un vínculo que una relación, que las relaciones son más fáciles de armar y desarmar, de transformar o eliminar, pero que el vínculo tiene un valor que va mucho más allá. En el caso de esta madre con su niña, el camino más fácil sería afirmar que la correlación vínculo-relación es la correcta, que el vínculo sanguíneo ha condicionado su relación progenitora-hija y que desde ahí ambas han establecido los códigos, las reglas y el lenguaje que moldean su relación actual –y que condicionará la futura-. Pero, ¿y si fue al revés? ¿Tiene el mismo valor?

Es válido pensar que los vínculos también se pueden construir a partir del nacimiento y desarrollo de una relación, y que desde ahí es posible articular a pequeños grupos o grandes comunidades para trabajar por alcanzar determinados objetivos. Este ejercicio –vale la pena esta aclaración- amerita tiempo, constancia, dedicación, conciencia y presencia, para que la relación dé paso al nacimiento de un vínculo fuerte y poderoso, que sea capaz de aglutinar a dos o más personas, a un profesor con su alumno, a un par de amigos activistas preocupados por el medioambiente, a un grupo que persigue un ideal político o, como en este caso, a una madre con su hija.

El viaje terminó cuando las puertas se abrieron en la estación final. Un par de segundos antes, la niña bebió el último sorbo de su jugo. Su mamá, en tanto, buscó en su cartera un pequeño espejo con el cual corrigió la pintura de sus ojos, la que inevitablemente, y producto de las risas permanentes que acompañaron su traslado, se había corrido un poco. Cuando la grabación que guía a los pasajeros dentro del tren se escuchó por los parlantes, ambas se pusieron de pie, se tomaron de la mano, salieron y caminaron con destino hacia la salida, no sin antes decirse un nuevo secreto al oído, que terminó en carcajadas que se escucharon a lo largo de todo el andén.

3 comentarios:

Mariluz Soto Hormazabal dijo...

Increible la diferenciación, da mucho que pensar y analizar cuantas relaciones-vinculo tenemos, si es que las tenemos y como se llegó a construir. Evidentemente lleva mucho tiempo y es necesario que sea recíproco, que los afectos y los lazos que se desarrollan en una relación lleguen a formar vinculos. En el caso de la gestión de comunidades, cómo transformamos los deseos de generar una transformacion mayor en un grupo de personas y el como se materializa para que ocurran cosas.

Mauricio Tolosa dijo...

Interesante propuesta de distinción. Yo diría que desde la comunicología el vínculo es resultado de una relación, hace referencia a una dimensión más afectiva, quizás más recíproca, de niveles de integración más inconsceientes. Incluso en el caso de madre e hija el vínculo surge de la relación, no basta el lazo de sangre.

Unknown dijo...

el vinculo es una consecuencia de interacciones, consecuencia de una seguidilla de errores exquisitos o aciertos desgarradores...hermosos articulo, sin duda hermoso.

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