jueves, 3 de febrero de 2011

La TV y sus (en)claves 2



Por Luis Breull / @luisbreull 

Fácil, repetida, efectista. Esta segunda entrega de “La TV y sus (en)claves” es sobre el magreado y despótico metagénero de contenidos llamado entretención.

Suele ser considerado expresión de chabacanería, mal gusto, banalidad y -al mismo tiempo- magistral sincretismo de lo que se conoce como cultura pop. Ese marco que  deviene en usos de tiempo ocioso frente a una pantalla vinculante para los miembros de la sociedad individualista de masas (tan bien descrita por Dominique Wolton).

La entretención televisiva se ha consolidado en las últimas décadas como un mecanismo dinámico de autoidentidad, excluyente respecto de lo que se conoce como la oferta cultural de élite que está cada vez más distanciada del ocio masivo urbano. Ese símil a la canalla que denostaba Domingo Santa María a fines del siglo XIX y que bien retrató Alejandro Venegas en sus crónicas del centenario. La misma que hoy se alimenta gratis y pasivamente desde la TV con cuanto formato se oriente a copar sus franjas horarias.

Conceptualizar la entretención masiva en TV no acepta maniqueísmos ni condenar a priori a la industria y sus consumidores preferenciales. Es infinitamente más complejo. Requiere mirar cómo se distribuyen los recursos socioculturales necesarios para poder acceder a contenidos complejos o con mayores grados de significación. Y también los atributos narrativos que son pertinentes a la comunicación televisiva generalista.

Por eso no es de extrañarse que en la TV abierta -no en la de pago- los documentales, debates políticos o las conversaciones y entrevistas sobre arte y cultura ocupen espacios como los domingos en la mañana -lo que en Estados Unidos se conoce como el horario basurero- o en sus tardes, renunciando a los días y los segmentos más masivos en las parrillas programáticas (que privilegiarán la emocionalidad, el drama y los componentes lúdicos o de humor).

Facilismo.

Interpelar a los públicos desde la entretención masiva es un recurso simple y directo, no exento de un esfuerzo creativo, pero que no tolera complejidades. Se buscan resultados inmediatos y el riesgo suele suplirse con la carencia de matices en la oferta (selección y disposición de contenidos). A menores apuestas innovadoras baja la posibilidad de fracasar, en proporción directa también a la construcción de un hábito de visionado o una alianza de largo plazo público-medio.

Ejemplos de este atributo hay muchos. Los franjeos horarios de magazines matinales de lunes a viernes, programas de conversación/farándula al mediodía, mix de telenovelas nacionales/extranjeras en la tarde (segmento que se conoce también como el “descanso de la guerrera”, en donde la dueña de casa se libera de las tensiones domésticas de aseo y almuerzo y se relaja apropiándose del control remoto). Programas juveniles y ficciones nacionales vespertinas, noticias a las 21 horas, más ficción y mix de formatos de entretención en el prime time.

Las parrillas se asemejan, mientras los enganches de los programas se reducen a la explotación del humor, el crimen, la exhibición de la intimidad y el voyerismo morboso. Todo en un tono facilista y sin matices. Mostrar, exhibir la vida privada de las clases bajas o de personajes controvertidos/en crisis, transformar la pantalla en una ventana que permita su existencia social mediatizada. Un reduccionismo clasista que, visto desde la industria es acompañar y representar a los públicos, ser sus aliados y sus “parientes famosos”, sus salvadores y amigos del relajo.

Repetición

El problema de esta forma de hacer TV es la homologación de las ofertas y la circularidad de sus contenidos. Como ejemplo, la ola de programas estelares de talentos que nos esperan este 2011, acompañados por el éxito reciente de CHV en ese marco y que regresará con una segunda temporada. Mega y Canal 13 buscarán “los dobles de…”, TVN a la mejor banda o solista de música.

Como los encendidos de la TV abierta van en descenso, cada canal tiende a afirmar su propia parrilla en los espacios de conversación en vivo, en sus magazines o en sus noticieros. Es necesario llamar la atención con los programas que se tiene. Se comentan y repiten fragmentos de sus espacios hasta el exceso. El objetivo: la hipervisibilidad. Su consecuencia: la inflación de contenidos, autopromociones que califican todo como espectacular y marketing disfrazado de noticias.

Efectismo

La última característica de este análisis es la compulsión por conmocionar al telespectador con sobregiros guionizados y promesas de rupturas de límites que no son tales; que no comprometen situaciones sociales, culturales o valóricas de fondo (como podría ser la exhibición de sexo en vivo en un reality, la confrontación de temáticas controvertidas sobre los derechos civiles de los homosexuales o legitimar abiertamente la prostitución o el matrimonio de personas del mismo género).

Se cae en constantes simulacros o guiños que escalan en intensidad, pero que sucumben en su propia narrativa para provocar desde el drama y las denuncias hasta la telerrealidad. No siempre se consigue, pese a la destrucción de intimidades en la farándula de los famoseados  al empeño por denigrar a las personas o usarlas como conejillos de indias de zoológicos experimentales, como en el caso de “Año 0” (orina mediante y mandato de producir programas a menor costo, bajando sueldos y achicando sus plantas).

Sin duda la entretención de la pantalla abierta no sólo cruza estos atributos negativos. Hay aportes que permiten reforzar lazos identitarios y comprender aspectos de la realidad que, de no existir, sería muy difícil de obtener gratuitamente en una escala tan masiva. Pero eso será materia de otro post.


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