domingo, 12 de diciembre de 2010

Filtraciones y paranoias

Por Gabriela Warkentin
Directora del Depto. de Comunicación de la U. Iberoamericana y de ibero 90.9 fm.
twitter : @warkentin

A Madeleine Albright, secretaria de Estado en la presidencia de Bill Clinton, no la recuerdo por demasiadas cosas. Pero sí por una oscura frase que dijo en 1999, cuando alertaba que en Yugoslavia se podía estar ganando la guerra de las bombas, pero no la de internet. Once años ha: una eternidad en medidas electrónicas.

En esos primeros meses de 1999, ya pasaba yo muchas horas frente a la computadora, conectada a internet a través de un módem ruidosísimo. Pertenezco hace tiempo a varios foros de discusión, en línea, que se alimentan por correos electrónicos [¡qué retro suena esta historia!]. Uno de ellos, net.art, agrupa a artistas y académicos, muchos de entre ellos kosovos, serbios, etc. Varios simpatizantes, por cierto, de los hacktivistas que usaban las redes para manifestar su apoyo a los zapatistas y al insurgente subcomandante Marcos. Mezcla, pues, de artistas, activistas, académicos: una triple a casi explosiva. Y de ese grupo recuerdo haber recibido un correo que aullaba: “¡¡Estamos siendo bombardeados en este momento!!”. Once años atrás, no existía Twitter: los bombardeos en vivo llegaban por las versiones que radio y tv editaban al antojo de sus criterios. Pero nunca a través del ciudadano, por medio de las redes y hasta la computadora de mi casa. Esos mismos cibernautas trataron de mantener viva la radio InternetB92, de la que habían sido expulsados los colaboradores. Y por más que arreciaran los bombardeos, no terminaban de fluir los mensajes a favor o en contra: la peculiar infraestructura telefónica y de electricidad, en aquella Yugoslavia, hacía casi imposible la interrupción de la comunicación cibernética. En ese contexto confesó Albright estar perdiendo la guerra en internet. Más de 11 años ha, y el mundo hiperconectado, complejo, descentralizado, de nodos activos, ya plantaba cara a un sistema jerárquico, inamovible, de opacas meritocracias. Y la preocupación de Albright sólo afirmaba lo obvio: perder la guerra de la comunicación, es perder el poder. ESE poder.

A fines del 2010, los escándalos por las filtraciones de #WikiLeaks materializan ese frágil y exhibido escenario de comunicaciones reinventadas. Porque seamos sinceros: lo más importante de los cientos de miles de cables filtrados a través del sitio que dirige el equipo del enigmático Julian Assange, y sus resonancias en los medios de comunicación seleccionados, no es el contenido en sí mismo (que no minimizo), sino, como bien señala Manuel Castells, “la pérdida de control de los gobiernos sobre sus propias filtraciones y la difusión de éstas por medios alternativos que escapan a la censura directa o indirecta”.

Va la cacería sobre Assange, con el pretexto de la enredada historia de abuso sexual [Arianna Huffington, exitosa editora del ciberespacio, decía que el condón roto de Assange le da un sentido muy nuevo a esto de las filtraciones]. Va la caería sobre el sitio de WikiLeaks, y sus miles de espejos. Va la cacería sobre el chamaquito holandés que quiebra códigos. Va la cacería sobre el soldado y su disco de Lady Gaga y sus filtraciones no patrióticas. Van los desmentidos, y aullidos de alerta: poner en peligro al mundo, de esta manera, es ¡¡terrorista!! Maten al mensajero, al mensaje, y aterroricen. De paso, Assange ya es mártir y su historia espera sólo la inspiración de un guionista que lo narre a la altura de las circunstancias.

Esa guerra por internet que Albright reconocía estar perdiendo en 1999, cambió procesos de comunicación y protección. Lo mismo sucederá a partir de WikiLeaks, porque ceder el control es inaceptable. Pero el cambio ya se instaló: la pérdida de confianza en las instituciones, sus medios de comunicación, la zozobra del viejo régimen, y la manera en que se han descolocado los procesos que unos querrían inamovibles, no cesará. ¿Qué es este nuevo mundo que se está conformando? ¿Cuáles son las nuevas élites? ¿En dónde reposará el poder? ¿Quiénes contarán las historias que importen? ¿Quiénes escucharán? Yo confieso que, si no por otra cosa, por todas estas interrogantes me parece extraordinario que las wiki-filtraciones nos estén zarandeando así. Ya hacía falta.

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