Por Mauricio Tolosa
En la Ciudad de México, las abundantes luces que adornan las principales avenidas, los juegos de invierno instalados en el Zócalo, -pista y tobogán de hielo y fábrica de muñecos de nieve-, anuncian una temporada navideña normal en el año del Bicentenario. Tranques de fin de año, bocinas de los automovilistas y canciones navideñas repitiéndose en las tiendas y malls. Lo único disonante, fueron esos doscientos granaderos con equipamiento antimotines rodeando una treintena de reyes magos frente al Monumento a Benito Juárez.
En la Ciudad de México, las abundantes luces que adornan las principales avenidas, los juegos de invierno instalados en el Zócalo, -pista y tobogán de hielo y fábrica de muñecos de nieve-, anuncian una temporada navideña normal en el año del Bicentenario. Tranques de fin de año, bocinas de los automovilistas y canciones navideñas repitiéndose en las tiendas y malls. Lo único disonante, fueron esos doscientos granaderos con equipamiento antimotines rodeando una treintena de reyes magos frente al Monumento a Benito Juárez.
Pero, las portadas de los periódicos y las noticias de la televisión mostraron cada día, imágenes de una realidad nacional asombrosa y trágica. Tuve la sensación de vivir unos macabros “diez días que estremecieron el mundo”, de asistir a una vorágine histórica que, por la rapidez de su desarrollo, no daba tiempo de analizarla. Ni siquiera los agudos intelectuales mexicanos, en algún foro de televisión a altas horas de la noche, lograban interpretar lo que sucedía y más bien se sumaban al coro del desconcierto e indignación ciudadana, como un perplejo más.
Guerra a dos horas de Ciudad de México
Cuando aterricé en el DF, el domingo 12, todavía ardían camiones en las carreteras y sonaban las ráfagas en el estado de Michoacán, a dos o tres horas de la capital nacional. Las infografías publicadas en los periódicos mostraban nueve lugares, incluida Morelia, la capital del estado, donde los militares se enfrentaban con los miembros de la Familia Michoacana. En un ataque realizado desde helicópteros Black Hawk el ejército logró abatir al líder ideológico, diplomático y militar de la Familia, Nazario Moreno y a varios de sus sicarios. El Ejército reconoce 11 muertos, entre los que se cuentan 3 civiles y 5 policías federales, pero en un país inundado por la sospecha, diferentes medios sitúan los muertos en varias decenas.
Durante la semana posterior se desarrollaron cuatro manifestaciones que pedían la salida del ejército de Michoacán y honraban la memoria del líder narcotraficante. Ayer, los jefes de recambio de la Familia Michoacana emitieron comunicados advirtiendo a la población de no usar las carreteras durante las fiestas de Navidad y de permanecer en sus hogares, anunciando que “la batalla recién comienza”. En el marco de la guerra de comunicados, el gobierno negó que exista apoyo ciudadano hacia la organización criminal y declara tenerla cercada.
Liberando sicarios
Cinco días más tarde, el viernes 17, en un estado del Norte, Tamaulipas, 145 reos salieron por la puerta principal del penal de Nuevo Laredo, abordaron buses y huyeron. El rescate masivo es el mayor, pero no el primero, organizado por los carteles que se diputan salvajemente las rutas de la droga hacia Estados Unidos. Según algunos comentaristas los muertos en la guerra entre las bandas son tantos, que la liberación masiva de reos es la manera más rápida de reponer las bajas y contar con soldados para las batallas. La guerra al narcotráfico declarada por el presidente Calderón, en 2006, ha dejado más de 30,000 víctimas.
En Tamaulipas rige una brutal ley del silencio impuesta por los carteles de la droga a los periodistas, los programas sociales de gobierno no llegan a las comunidades alejadas de las carreteras pues los caminos secundarios se encuentran en manos de las bandas armadas, y hace algunos meses durante la campaña para elegir gobernador, fue asesinado el candidato del PRI. A los ciento cuarentaicinco reos de alta peligrosidad, que escaparon del penal de Nuevo Laredo, se suman a otros doscientos fugados durante este año desde las cárceles de Matamoros y Reynosa. El Jefe de Gobierno del Tamaulipas y el Presidente del Gobierno Nacional se recriminan mutuamente por la responsabilidad en la fuga.
Ordeñando para la muerte
Dos días después, el domingo 19, otra fuga, esta vez de combustible, provocó una explosión que mató a 30 personas y destruyó 115 casas, en San Martín Texmelucan, en el estado de Puebla. El robo de combustible desde un ducto de PEMEX, lo que popularmente se llama “ordeña”, habría generado las condiciones del desastre. La empresa estatal de petróleos de México, tiene una importancia económica, simbólica y política determinante para el estado, constituye el sistema circulatorio de los recursos fiscales. Las organizaciones delictivas que organizan la “ordeña” de los ductos de PEMEX, exportan el botín hasta refinerías en Estados Unidos, y manejan un negocio que alcanza los 1000 millones de dólares anuales, sin que el estado tenga la capacidad de proteger el petróleo mexicano. A propósito del robo organizado en PEMEX, los analistas recordaban que hace algunos años desde una de las plataformas de explotación marina, en una noche, desapareció un helipuerto.
Asesinato en cámara
Tres días antes, el jueves 16, en Chihuahua, Marisela Escobedo, fue ejecutada frente al Palacio de Gobierno, al lado de una cruz donde 300 clavos recuerdan las 300 mujeres asesinadas durante el año 2010 en ese estado, el genocidio más incomprensible y vergonzoso de la América Latina de hoy. El asesinato fue grabado y difundido en los telediarios y redes sociales. En las imágenes se ve como Marisela intenta arrancar cruzando la calle, y un hombre la persigue para dispararle en la cabeza y posteriormente huir en un automóvil. La mujer pedía justicia por la muerte de su hija, cuyo asesino confeso, fue liberado por los jueces.
Mientras se organizaban los funerales de Marisela, fue secuestrado su cuñado y le prendieron fuego a su negocio, una empresa maderera. Horas más tarde fue encontrado ejecutado. La policía descartó alguna relación con la muerte de Marisela. En el caso del cuñado, explicaba la policía, el castigo fue porque se negó a pagar una extorsión, llamada derecho de piso, para funcionar con su negocio. Según las organizaciones de Derecho Humanos, menos del 1% de los crímenes y delitos cometidos en México termina en castigo.
Los políticos también
Mientras tanto, en Ciudad de México, el corazón del antiguo virreinato, el de la política cortesana y conspirativa, dos noticias relacionadas con los políticos impactaron la semana. La primera, el desafuero constitucional del diputado Julio Cesar Godoy. En septiembre, Godoy, buscado por la policía, había logrado introducirse durante la noche al edificio de la Cámara de Diputados, para amanecer ahí, prestar juramento y obtener la inmunidad para protegerse de la acusación de ser miembro de la organización criminal de la familia michoacana. Hoy, el desaforado honorable se encuentra prófugo.
Los diez días terminaron con otra noticia del mundo político: la liberación de Diego Fernández Ceballos, uno de los políticos más emblemáticos e influyentes de México, del partido de gobierno actual, el PAN, ex candidato presidencial que encabezó la oposición a los gobiernos del PRI. El Jefe Diego, como le llaman en México, estuvo secuestrado más de 7 meses, y fue liberado el lunes 21, luego del pago de un millonario rescate.
La imagen cinematográfica de Diego Fernández, fue motivo de transmisiones especiales y grandes titulares que relegaron a notas menores la denuncia de la Cancillería Salvadoreña del secuestro y desaparición desde un tren, en Oaxaca, de 50 migrantes centroamericanos que se dirigían a Estados Unidos. Con una amplia barba crecida durante su cautiverio, que acentuaba su aspecto de Quijote, y unos ojos húmedos por la emoción, Jefe Diego, realizó declaraciones conciliadoras hacia sus captores y agradeció la moderación y responsabilidad de los medios y periodistas en la cobertura de su secuestro.
Desconcierto funcional
En un mundo acostumbrado a los escándalos y excesos de los medios, resulta sorprendente la mesurada narrativa periodística de los periódicos y canales de televisión mexicanos. Los extraordinarios eventos previos a la Navidad fueron tratados como una noticia más, ubicada entre la farándula y el deporte. Los columnistas y editorialistas, dan la nota emocional, se indignan pero no explican, probablemente nadie quiere transformase en mensajero de un diagnóstico que nadie quiere escuchar, menos antes de Navidad. Los senadores y políticos entrevistados abundantemente, tampoco se escuchan demasiado alterados o preocupados. La calma de los medios oficiales, periodísticos y políticos, contrasta con la reacción de los ciudadanos en las redes sociales, donde los mensajes breves y radicales, parecen hacer sonar una alarma que el poder formal no quiere escuchar en toda su magnitud.
En otros países, los hechos ocurridos significarían escándalos y conmociones, destituciones de ministros y gobernadores, y hasta la caída del gobierno. Para que suceda cada uno de esos eventos, se requiere una trama de acciones y decisiones, omisiones y colusiones, que acusa el deterioro de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Cabe preguntarse si la extensión del narcotráfico es causa o consecuencia, o ambas, del desplome institucional. Sin embargo, el poder central parece tranquilo, parado sobre los restos de un pasado esplendor, con su puesta en escena y magnificencia, que todavía simula un estado que en gran parte del territorio no funciona.
Lamentablemente, lo sucedido en estos diez días no es una crisis mediática, sensacionalista y voyerista, que se olvidará y superará con los regalos, los pavos de navidad, los villancicos y las vacaciones de fin de año. Al contrario, si alguna responsabilidad le cabe a los medios, es la de no dar a conocer y contextualizar la magnitud y profundidad de la crisis, de no sincerar el estado del país. Quizás mantener la ilusión de vivir en el contexto de lo “normal” es un mecanismo de defensa y sobrevivencia propio de cualquier situación humana límite, pero muy peligroso.
Para mejorarse, primero hay que reconocer y diagnosticar la enfermedad. Hacerlo es urgente. El domingo, en Guatemala, el presidente Álvaro Colom, decretó estado de sitio y ocupó con el ejército el departamento de Alta Verapaz, fronterizo con México, para tratar de rescatarlo de las manos del cartel mexicano de los Zetas. El derrumbe del gigante mexicano puede contagiar la región con consecuencias mucho más catastróficas que las de la mediática gripe H1N1.