Por Victoria Uranga
Lo primero que me dijo el taxista al llegar a República Dominica es que ellos eran “pobres felices”, de fondo sonaba música bachata, nada de rosa. Cuando le pregunté por los haitianos señaló que son mucho más negros que ellos, que repletan sus servicios públicos y que ellos no pueden ni con sus propios pobres, que cómo los van a ayudar. Todo mientras, recibía tweeteos que me alertaban de que me cuidara del cólera. Como si en Chile fuera una enfermedad desconocida.
En Haití y República Dominicana, el creole y el español se comunican dificultad. Pero el problema es más profundo, hay una historia de distanciamientos y dependencias, entre dos países y dos culturas. Partiendo por el hecho de que la independencia de los dominicanos no fue de España, sino de Haití. El mismo que hoy lo hace ser el país con más pobreza de toda América (en extrema pobreza vive el 70% de su población) y a su territorio casi totalmente deforestado por el uso de la leña como fuente de energía. En este contexto: la desesperanza en Haití se cultiva con facilidad. También la resilencia y la colaboración.
Los medios de comunicación dominicanos reflejan la profunda distancia entre dos países obligados a estar juntos por siempre y con el mar como testigo. Como acompañamiento no hay campanas sino llamados a cerrar la frontera, a expulsar a los haitianos, a que no se detenga el turismo y a que los países que comprometieron ayuda para el terremoto del 12 de enero: cumplan sus promesas. Es que vergonzosamente, se fueron las cámaras y también varios olvidaron enviar lo ofrecido. Tal vez ahora aparezca, porque Haití y su gente están de nuevo en la agenda de los medios “gracias” al cólera.
El cólera está en Haití por partida doble. Primero como enfermedad que mata a todos y todas los que no acceden a un tratamiento oportuno. Pero también está presente como ira. Para muchos haitianos esta es una enfermedad que la trajeron los “extranjeros” y reclaman con piedras y protestas a los mismos que están ahí para mantener su precaria estabilidad.
Cólera es una enfermedad de países en situación de pobreza. Entre otras cosas porque está asociado a falta de condiciones básicas de agua potable, higiene, alcantarillados y hábitos alimenticios. Por lo tanto, cuál es la sorpresa de que un brote de cólera esté multiplicándose en el lado occidental de la isla. Cuál la sorpresa de que también aumenten los casos en el lado dominicano si, a diario las mujeres haitianas cruzan (o lo intentan) con el legítimo deseo de que sus hijos e hijas nazcan con algún horizonte de oportunidades (feminización de la pobreza ¿les suena familiar?). Cuál es la sorpresa de que muchos dominicanos sientan vulneradas sus fuentes de trabajo, si su situación sólo es un poco mejor que sus vecinos.
En Chile, el tema probablemente sólo será noticia como un muy breve de internacional, cuando las muertes alcancen alguna cifra espantosa o para dar recomendaciones a los turistas que tienen a Punta de Cana en sus planes de veraneo. Pero podríamos hacer bastante más.
No sé cuál es la mejor forma para realizar una ayuda efectiva, pero siento que a lo menos esta puede ser una oportunidad para mirarnos como América. Una América solidaria retomando el nombre de la organización que envía a Haití a muchos jóvenes profesionales a aportar con sus energías y conocimientos (www.americasolidaria.org), y que por sobre todo, nos provoca evidenciando la pobreza más allá de las demarcaciones de los países. Una oportunidad para mirar a partir de esta experiencia la relación con nuestros países limítrofes, con los muchos que definimos como “otros” que discriminamos o ignoramos a diario, con nuestras formas de reaccionar cuando una amenaza nos afecta y nos conecta con nuestra fragilidad de seres humanos.
Aunque en muchas esquinas de Santo Domingo se pueden ver haitianos vendiendo víveres o pidiendo limosnas, aunque están presentes en la mayoría de las construcciones y aunque la frontera está a unas pocas horas en auto desde la capital dominicana, Haití me pareció más lejano y más cercano que nunca. Lejano porque me sentí paralizada de impotencia, no sólo en acciones sino también en la dificultad de comprender las distintas dimensiones en juego. Cercano, porque me conectó con nuestras pobrezas.
Los 25 de noviembre de todos los años se conmemora el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres. Esa fecha fue elegida en honor a las hermanas Mirabal: tres heroínas dominicanas asesinadas por luchar contra el dictador Trujillo. Tal vez, este año nos podamos inspirar en su lucha para reforzar esfuerzos para eliminar las muchas otras violencias que tenemos pendientes, entre ellas la pobreza.
Fotografía desde http://www.mujeresenconexion.org/?q=node/495