miércoles, 22 de diciembre de 2010

Diez días que estremecieron México


Por Mauricio Tolosa

En la Ciudad de México, las abundantes luces que adornan las principales avenidas, los juegos de invierno instalados en el Zócalo, -pista y tobogán de hielo y fábrica de muñecos de nieve-, anuncian una temporada navideña normal en el año del Bicentenario. Tranques de fin de año, bocinas de los automovilistas y canciones navideñas repitiéndose en las tiendas y malls. Lo único disonante, fueron esos doscientos granaderos con equipamiento antimotines rodeando una treintena de reyes magos frente al Monumento a Benito Juárez.

Pero, las portadas de los periódicos y las noticias de la televisión mostraron cada día, imágenes de una realidad nacional asombrosa y trágica. Tuve la sensación de vivir unos macabros “diez días que estremecieron el mundo”, de asistir a una vorágine histórica que, por la rapidez de su desarrollo, no daba tiempo de analizarla. Ni siquiera los agudos intelectuales mexicanos, en algún foro de televisión a altas horas de la noche, lograban interpretar lo que sucedía y más bien se sumaban al coro del desconcierto e indignación ciudadana, como un perplejo más.

Guerra a dos horas de Ciudad de México

Cuando aterricé en el DF, el domingo 12, todavía ardían camiones en las carreteras y sonaban las ráfagas en el estado de Michoacán, a dos o tres horas de la capital nacional. Las infografías publicadas en los periódicos mostraban nueve lugares, incluida Morelia, la capital del estado, donde los militares se enfrentaban con los miembros de la Familia Michoacana. En un ataque realizado desde helicópteros Black Hawk el ejército logró abatir al líder ideológico, diplomático y militar de la Familia, Nazario Moreno y a varios de sus sicarios. El Ejército reconoce 11 muertos, entre los que se cuentan 3 civiles y 5 policías federales, pero en un país inundado por la sospecha, diferentes medios sitúan los muertos en varias decenas.

Durante la semana posterior se desarrollaron cuatro manifestaciones que pedían la salida del ejército de Michoacán y honraban la memoria del líder narcotraficante. Ayer, los jefes de recambio de la Familia Michoacana emitieron comunicados advirtiendo a la población de no usar las carreteras durante las fiestas de Navidad y de permanecer en sus hogares, anunciando que “la batalla recién comienza”. En el marco de la guerra de comunicados, el gobierno negó que exista apoyo ciudadano hacia la organización criminal y declara tenerla cercada.

Liberando sicarios

Cinco días más tarde, el viernes 17, en un estado del Norte, Tamaulipas, 145 reos salieron por la puerta principal del penal de Nuevo Laredo, abordaron buses y huyeron. El rescate masivo es el mayor, pero no el primero, organizado por los carteles que se diputan salvajemente las rutas de la droga hacia Estados Unidos. Según algunos comentaristas los muertos en la guerra entre las bandas son tantos, que la liberación masiva de reos es la manera más rápida de reponer las bajas y contar con soldados para las batallas. La guerra al narcotráfico declarada por el presidente Calderón, en 2006, ha dejado más de 30,000 víctimas.

En Tamaulipas rige una brutal ley del silencio impuesta por los carteles de la droga a los periodistas, los programas sociales de gobierno no llegan a las comunidades alejadas de las carreteras pues los caminos secundarios se encuentran en manos de las bandas armadas, y hace algunos meses durante la campaña para elegir gobernador, fue asesinado el candidato del PRI. A los ciento cuarentaicinco reos de alta peligrosidad, que escaparon del penal de Nuevo Laredo, se suman a otros doscientos fugados durante este año desde las cárceles de Matamoros y Reynosa. El Jefe de Gobierno del Tamaulipas y el Presidente del Gobierno Nacional se recriminan mutuamente por la responsabilidad en la fuga.

Ordeñando para la muerte

Dos días después, el domingo 19, otra fuga, esta vez de combustible, provocó una explosión que mató a 30 personas y destruyó 115 casas, en San Martín Texmelucan, en el estado de Puebla. El robo de combustible desde un ducto de PEMEX, lo que popularmente se llama “ordeña”, habría generado las condiciones del desastre. La empresa estatal de petróleos de México, tiene una importancia económica, simbólica y política determinante para el estado, constituye el sistema circulatorio de los recursos fiscales. Las organizaciones delictivas que organizan la “ordeña” de los ductos de PEMEX, exportan el botín hasta refinerías en Estados Unidos, y manejan un negocio que alcanza los 1000 millones de dólares anuales, sin que el estado tenga la capacidad de proteger el petróleo mexicano. A propósito del robo organizado en PEMEX, los analistas recordaban que hace algunos años desde una de las plataformas de explotación marina, en una noche, desapareció un helipuerto.

Asesinato en cámara

Tres días antes, el jueves 16, en Chihuahua, Marisela Escobedo, fue ejecutada frente al Palacio de Gobierno, al lado de una cruz donde 300 clavos recuerdan las 300 mujeres asesinadas durante el año 2010 en ese estado, el genocidio más incomprensible y vergonzoso de la América Latina de hoy. El asesinato fue grabado y difundido en los telediarios y redes sociales. En las imágenes se ve como Marisela intenta arrancar cruzando la calle, y un hombre la persigue para dispararle en la cabeza y posteriormente huir en un automóvil. La mujer pedía justicia por la muerte de su hija, cuyo asesino confeso, fue liberado por los jueces.

Mientras se organizaban los funerales de Marisela, fue secuestrado su cuñado y le prendieron fuego a su negocio, una empresa maderera. Horas más tarde fue encontrado ejecutado. La policía descartó alguna relación con la muerte de Marisela. En el caso del cuñado, explicaba la policía, el castigo fue porque se negó a pagar una extorsión, llamada derecho de piso, para funcionar con su negocio. Según las organizaciones de Derecho Humanos, menos del 1% de los crímenes y delitos cometidos en México termina en castigo.

Los políticos también

Mientras tanto, en Ciudad de México, el corazón del antiguo virreinato, el de la política cortesana y conspirativa, dos noticias relacionadas con los políticos impactaron la semana. La primera, el desafuero constitucional del diputado Julio Cesar Godoy. En septiembre, Godoy, buscado por la policía, había logrado introducirse durante la noche al edificio de la Cámara de Diputados, para amanecer ahí, prestar juramento y obtener la inmunidad para protegerse de la acusación de ser miembro de la organización criminal de la familia michoacana. Hoy, el desaforado honorable se encuentra prófugo.

Los diez días terminaron con otra noticia del mundo político: la liberación de Diego Fernández Ceballos, uno de los políticos más emblemáticos e influyentes de México, del partido de gobierno actual, el PAN, ex candidato presidencial que encabezó la oposición a los gobiernos del PRI. El Jefe Diego, como le llaman en México, estuvo secuestrado más de 7 meses, y fue liberado el lunes 21, luego del pago de un millonario rescate.

La imagen cinematográfica de Diego Fernández, fue motivo de transmisiones especiales y grandes titulares que relegaron a notas menores la denuncia de la Cancillería Salvadoreña del secuestro y desaparición desde un tren, en Oaxaca, de 50 migrantes centroamericanos que se dirigían a Estados Unidos. Con una amplia barba crecida durante su cautiverio, que acentuaba su aspecto de Quijote, y unos ojos húmedos por la emoción, Jefe Diego, realizó declaraciones conciliadoras hacia sus captores y agradeció la moderación y responsabilidad de los medios y periodistas en la cobertura de su secuestro.

Desconcierto funcional


En un mundo acostumbrado a los escándalos y excesos de los medios, resulta sorprendente la mesurada narrativa periodística de los periódicos y canales de televisión mexicanos. Los extraordinarios eventos previos a la Navidad fueron tratados como una noticia más, ubicada entre la farándula y el deporte. Los columnistas y editorialistas, dan la nota emocional, se indignan pero no explican, probablemente nadie quiere transformase en mensajero de un diagnóstico que nadie quiere escuchar, menos antes de Navidad. Los senadores y políticos entrevistados abundantemente, tampoco se escuchan demasiado alterados o preocupados. La calma de los medios oficiales, periodísticos y políticos, contrasta con la reacción de los ciudadanos en las redes sociales, donde los mensajes breves y radicales, parecen hacer sonar una alarma que el poder formal no quiere escuchar en toda su magnitud.

En otros países, los hechos ocurridos significarían escándalos y conmociones, destituciones de ministros y gobernadores, y hasta la caída del gobierno. Para que suceda cada uno de esos eventos, se requiere una trama de acciones y decisiones, omisiones y colusiones, que acusa el deterioro de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Cabe preguntarse si la extensión del narcotráfico es causa o consecuencia, o ambas, del desplome institucional. Sin embargo, el poder central parece tranquilo, parado sobre los restos de un pasado esplendor, con su puesta en escena y magnificencia, que todavía simula un estado que en gran parte del territorio no funciona.

Lamentablemente, lo sucedido en estos diez días no es una crisis mediática, sensacionalista y voyerista, que se olvidará y superará con los regalos, los pavos de navidad, los villancicos y las vacaciones de fin de año. Al contrario, si alguna responsabilidad le cabe a los medios, es la de no dar a conocer y contextualizar la magnitud y profundidad de la crisis, de no sincerar el estado del país. Quizás mantener la ilusión de vivir en el contexto de lo “normal” es un mecanismo de defensa y sobrevivencia propio de cualquier situación humana límite, pero muy peligroso.

Para mejorarse, primero hay que reconocer y diagnosticar la enfermedad. Hacerlo es urgente. El domingo, en Guatemala, el presidente Álvaro Colom, decretó estado de sitio y ocupó con el ejército el departamento de Alta Verapaz, fronterizo con México, para tratar de rescatarlo de las manos del cartel mexicano de los Zetas. El derrumbe del gigante mexicano puede contagiar la región con consecuencias mucho más catastróficas que las de la mediática gripe H1N1.

Radiografía a los diseñadores: comunidad e identidad


Por Mariluz Soto Hormazábal

Los diseñadores, sin diferenciar el ámbito específico de desarrollo, somos profesionales que generamos estrategias visuales, solucionamos principalmente el fondo a través de formas. Las formas no se sustentan sin un previo diagnóstico que nos indica cómo abordar la complejidad y magnitud del encargo. El fondo es lo que apasiona, motiva y permite el fluir de las ideas que serán las que potenciarán un concepto, solucionarán y darán la forma.

En la etapa instructiva los diseñadores desarrollan diversas habilidades inconscientes de observación del mundo, de su propio mundo y en los que transita. Esta inconsciencia al no pasar al estado de conciencia se traduce en un débil manejo y desconocimiento de la secuencia de acciones que concluye en las creaciones.

Diseñar propuestas debe ser el resultado de un proceso creativo, mucho más complejo e integral que dibujar, bocetear, mirar en internet o generar productos; asumirlo desde esta perspectiva es un valioso activo estratégico que fortalece y potencia la identidad del diseñador. Este es un factor significativo del agotamiento y distanciamiento de la comunidad de diseño.

Adquirir conciencia
El desarrollo de una metodología para los procesos y planteamientos de nuestro hacer es un camino necesario para mejorar la creación de piezas gráficas, productos, vestuarios, digitales, multimedia, estos son consecuencia de un know how, una serie de conductas aprendidas en la historia y experiencia. Explicitar el conocimiento, desarrollo y realización es necesario para evidenciar y valorar el “diseñar”, de lo contrario la participación en proyectos se transforma en arte e inspiración profesional “arbitraria” provocando el alejamiento con los científicos, médicos o ingenieros. La falta de rigor desvaloriza al profesional frente a otras disciplinas.

La capacidad creativa se modela, en las escuelas de diseño nos entregan las primeras herramientas para el desarrollo de un pensamiento creativo y activo. Pensar en el proceso, en los referentes y en las acciones. Asociar las herramientas tecnológicas que ayudarán en el proyecto, cuál es la conceptualización, a quiénes nos dirigimos y lo más importante qué es lo que queremos comunicar. Estas asociaciones adquiridas  permiten que los profesionales del diseño desarrollen la capacidad y habilidad para llegar a ser lo que desean.
En un primer momento somos parte de la comunidad de diseñadores –como muchas otras carreras- por el sólo hecho de formarnos en la universidad. Pero la pregunta es qué es los que nos mantiene en ella, cómo contribuimos a su desarrollo desde nuestro trabajo. El desafío es pertenecer activamente, con un pensamiento reflexivo, con la conciencia de que somos responsables de la calidad visual de nuestra comuna, ciudad, región, país y de lo que Chile proyecta al mundo.

Una comunidad de diseñadores debe ser una constante generadora de ideas, creativa y con capacidad de mirar mucho más allá de los horizontes convencionales. Los diseñadores son los responsables de formar una comunidad que los acoja y refleje en su intensidad de pensamientos y profundidad conceptual. Una comunidad se determina por quienes la habitan. Los seres humanos aprendemos de la interacción con otros, necesitamos estar en contacto y en movimiento. Debemos participar, opinar y “estar” para construir y configurar la comunidad a la que queremos pertenecer.

Autopercepción y proyección
Tener claro cuál es el estado actual nos permite vislumbrar algunos datos que son relevantes en cuanto a los factores que influyen en nuestro estar, hace poco un estudio de futuro laboral reveló que diseño es de las 10 carreras peores pagadas en Chile, un indicador preocupante que en lugar de movilizarnos, contribuye a degradar el hacer y la emoción del diseñador, mantiene las pautas económicas  y nos dificulta ver más allá.
En la encuesta realizada hace pocas semanas con la colaboración de la Fundación de la Comunicología, la investigación y la información solicitada iba más allá de los números, tener un panorama sobre el sentimiento-diseñador es tan revelador como su estado económico. Los parámetros de medición económica puede mejorar con el fortalecimiento de la autovaloración. Acercarnos, conocernos y reconocernos es el paso inicial para comenzar a construir.

Los diseñadores están conscientes de su potencial creativo, su autopercepción es de mayor flexibilidad y adaptación que otros profesionales, valoran la capacidad de ajustarse a escenarios cambiantes e inseguros. Reconocen que su trabajo es importante dentro de las organizaciones en las que trabajan o para sus clientes.
Las debilidades apuntan a la inseguridad, la poca valoración del entorno y la falta de rigor. Muchas carencias en el manejo de su propia imagen y de autogestión. Un gran distanciamiento en lo que se piensa y hace: el valor agregado del trabajo del diseñador es visible pero no saber gestionar su propia imagen mantiene aquel valor oculto de los ojos del cliente o el empleador.

Destacar como fortaleza y oportunidad, el interés por mantenerse actualizado, desde la vinculación en redes sociales orientadas al diseño, la participación en diferentes sitios o portales y revistas. La mayoría de los encuestados manifiesta poseer espíritu de auto superación e interés por adquirir más conocimientos a través de especializaciones o nuevas herramientas que les entreguen un movimiento diferente dentro de la comunidad.


Identidades y comunidad
Como se ha explicado, la identidad de los  diseñadores tiene muchos aspectos prometedores y constructivos; identificar y tener claras las debilidades, es un paso importante para comenzar a proponer soluciones. La comunidad de diseñadores está en rediseño, debemos mirar nuestra comunidad nacional y mirar otras, ¿qué está pasando más allá de nuestra geografía?

En la trienal de diseño de New York se distinguieron 8 puntos importantes que de alguna manera orientan el diseño de nuestro tiempo: energía, movilidad, comunidad, materiales, prosperidad, salud, comunicación y simplicidad. Todos con un fuerte énfasis en las personas y a la vida en comunidad, como hacerla más saludable corporal y espiritualmente. Por otro lado, en el encuentro internacional DMI, que se realizó este año en Londres, el fortalecimiento del diseñador desde la gestión, la educación y la investigación fue el tema principal. Estas dos visiones de la preocupación del diseñador hacia fuera y hacia dentro, es lo que nos entrega una visión de colaboración permanente hacia la humanidad.

Estas señales de otras comunidades de diseño son importantes. Nos entregan ideas de visión y proyecciones, de las necesidades de actualización. Los diseñadores tenemos que  adaptarnos a escenarios cambiantes y mantener la flexibilidad de aprender nuevas formas para entregar calidad.

La mayoría de  los diseñadores tenemos autopercepción y autovaloración comunes, al mismo tiempo que nos sentimos con muchos desafíos y oportunidades, nos da temor el cambio, pero no por falta de capacidades, sino porque no contamos con un respaldo o seguridad para pararse en el mundo y hacer valer nuestros conocimientos y experiencia como procesos valiosos y sustanciales.

Dejo aquí la invitación a seguir creciendo, a hacer comunidad y a participar en ella. Propongo mantenernos en constante autoanálisis y hacer explícitos nuestros procesos creativos, propongo trabajar en conjunto y compartir, dejar el celo y envidias para construir. Propongo ir más allá de las formas para preocuparnos del fondo, y asumir que somos responsables de la calidad actual de diseño. Si no proponemos y actuamos no podemos cambiar.

martes, 14 de diciembre de 2010

Chile 2010, la comunicación fue moda


Por Mauricio Tolosa

El año 2010,  en Chile, los temas relacionados con la comunicación ocuparon un lugar destacado. Las críticas a la campaña presidencial de la Concertación fueron numerosas, llegando incluso a atribuirle un papel importante en su derrota. La posible sanción del Consejo Nacional de Televisión, a un programa que parodiaba la vida de Jesús, generó una encendida polémica y un cuestionamiento sobre el papel del CNTV. Aunque más política y empresarial que desde el punto de vista del poder de los medios, la posesión de un canal de televisión por el presidente fue criticada hasta el día de su venta.  El cierre de la edición impresa del diario La Nación, generó una ola de recuerdos y remembranzas, pero también planteó la insatisfacción con la uniformidad ideológica de los medios dominantes. 
Mención especial merecen las ácidas críticas a las coberturas mediales nacionales de los tres hechos que pusieron a Chile en las primeras planas y los principales telediarios del mundo durante el 2010. Tanto en el terremoto, como en el rescate de los 33 mineros y el incendio de la Cárcel de San Miguel, los medios fueron cuestionados, principalmente a través de las redes sociales y los medios electrónicos, por la liviandad facilista de la cobertura, los excesos de morbo que llegaron a la truculencia, la explotación de la miseria y el dolor de las víctimas y damnificados. Quizás esta molestia del público se simboliza en la cachetada en cámara que propinó una persona, que esperaba noticias de un familiar, a una periodista de Canal 11, durante la cobertura del incendio de la Cárcel. Los medios y los periodistas, hasta hace poco entre las instituciones más creíbles y confiables, también empiezan a perder la simpatía ciudadanía. 
Otro tema comunicacional presente en la agenda del año del Bicentenario, aunque no como era esperable o deseable, fue la identidad nacional. No se conversó sobre la historia, ni se abordaron preguntas importantes sobre el país, que iluminaran la convivencia y los años por venir. Aprendimos más sobre quienes somos a través de los brutales eventos telúricos y humanos que irrumpieron durante el año, que por una celebración que brilló por su juego de luces pero que tuvo una ausencia tan radical de contenidos, que transformó en protagonistas, del evento estelar proyectado sobre La Moneda, a Condorito y las pelotas del mundial del 62’.

El tema de la identidad, también se manifestó en la controversial campaña “Chile hace bien”, fundamentada, según la Fundación Imagen País, en un riguroso estudio internacional de dos años, y que por capricho-orden presidencial se cambió por “The chilean way” luego del éxito de la imponente puesta en escena que acompañó el rescate de los 33, que alcanzó record mundial de sintonía. En el mismo registro publicitario de los slogans, se podría considerar la lluvia de comentarios y sátiras, que recibieron los dos logos presentados por el gobierno entrante para recalcar su propia imagen, en un lapso de nueve meses.
Podría continuar con una larga enumeración de evidencias para confirmar que el 2010 fue el año en que la comunicación se puso de moda. La consolidación de las redes sociales contribuyó a crear este fenómeno. Una gran cantidad de personas, a través de sus blogs, facebook o twitter generan una segunda voz, no siempre armónica, pero siempre alerta a cuestionar las narrativas oficiales y la forma de construirlas.
Para el desarrollo humano y nacional, es importante madurar y profundizar esta conversación emergente, todavía más emocional que explicativa e integradora. La comunicación determina nuestro mundo, atraviesa las decisiones cotidianas de los ciudadanos, en los ámbitos políticos, económicos y culturales. Somos lo que comunicamos, las conversaciones en que participamos, las personas a las que escuchamos, los medios de comunicación que consumimos. Si la comunicación fuera un tema al que los medios dedicaran suplementos y secciones, como lo hacen con la economía o el deporte, probablemente, las personas serían menos manipulables, comprenderían mejor su mundo y tendrían más posibilidades de transformarlo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Filtraciones y paranoias

Por Gabriela Warkentin
Directora del Depto. de Comunicación de la U. Iberoamericana y de ibero 90.9 fm.
twitter : @warkentin

A Madeleine Albright, secretaria de Estado en la presidencia de Bill Clinton, no la recuerdo por demasiadas cosas. Pero sí por una oscura frase que dijo en 1999, cuando alertaba que en Yugoslavia se podía estar ganando la guerra de las bombas, pero no la de internet. Once años ha: una eternidad en medidas electrónicas.

En esos primeros meses de 1999, ya pasaba yo muchas horas frente a la computadora, conectada a internet a través de un módem ruidosísimo. Pertenezco hace tiempo a varios foros de discusión, en línea, que se alimentan por correos electrónicos [¡qué retro suena esta historia!]. Uno de ellos, net.art, agrupa a artistas y académicos, muchos de entre ellos kosovos, serbios, etc. Varios simpatizantes, por cierto, de los hacktivistas que usaban las redes para manifestar su apoyo a los zapatistas y al insurgente subcomandante Marcos. Mezcla, pues, de artistas, activistas, académicos: una triple a casi explosiva. Y de ese grupo recuerdo haber recibido un correo que aullaba: “¡¡Estamos siendo bombardeados en este momento!!”. Once años atrás, no existía Twitter: los bombardeos en vivo llegaban por las versiones que radio y tv editaban al antojo de sus criterios. Pero nunca a través del ciudadano, por medio de las redes y hasta la computadora de mi casa. Esos mismos cibernautas trataron de mantener viva la radio InternetB92, de la que habían sido expulsados los colaboradores. Y por más que arreciaran los bombardeos, no terminaban de fluir los mensajes a favor o en contra: la peculiar infraestructura telefónica y de electricidad, en aquella Yugoslavia, hacía casi imposible la interrupción de la comunicación cibernética. En ese contexto confesó Albright estar perdiendo la guerra en internet. Más de 11 años ha, y el mundo hiperconectado, complejo, descentralizado, de nodos activos, ya plantaba cara a un sistema jerárquico, inamovible, de opacas meritocracias. Y la preocupación de Albright sólo afirmaba lo obvio: perder la guerra de la comunicación, es perder el poder. ESE poder.

A fines del 2010, los escándalos por las filtraciones de #WikiLeaks materializan ese frágil y exhibido escenario de comunicaciones reinventadas. Porque seamos sinceros: lo más importante de los cientos de miles de cables filtrados a través del sitio que dirige el equipo del enigmático Julian Assange, y sus resonancias en los medios de comunicación seleccionados, no es el contenido en sí mismo (que no minimizo), sino, como bien señala Manuel Castells, “la pérdida de control de los gobiernos sobre sus propias filtraciones y la difusión de éstas por medios alternativos que escapan a la censura directa o indirecta”.

Va la cacería sobre Assange, con el pretexto de la enredada historia de abuso sexual [Arianna Huffington, exitosa editora del ciberespacio, decía que el condón roto de Assange le da un sentido muy nuevo a esto de las filtraciones]. Va la caería sobre el sitio de WikiLeaks, y sus miles de espejos. Va la cacería sobre el chamaquito holandés que quiebra códigos. Va la cacería sobre el soldado y su disco de Lady Gaga y sus filtraciones no patrióticas. Van los desmentidos, y aullidos de alerta: poner en peligro al mundo, de esta manera, es ¡¡terrorista!! Maten al mensajero, al mensaje, y aterroricen. De paso, Assange ya es mártir y su historia espera sólo la inspiración de un guionista que lo narre a la altura de las circunstancias.

Esa guerra por internet que Albright reconocía estar perdiendo en 1999, cambió procesos de comunicación y protección. Lo mismo sucederá a partir de WikiLeaks, porque ceder el control es inaceptable. Pero el cambio ya se instaló: la pérdida de confianza en las instituciones, sus medios de comunicación, la zozobra del viejo régimen, y la manera en que se han descolocado los procesos que unos querrían inamovibles, no cesará. ¿Qué es este nuevo mundo que se está conformando? ¿Cuáles son las nuevas élites? ¿En dónde reposará el poder? ¿Quiénes contarán las historias que importen? ¿Quiénes escucharán? Yo confieso que, si no por otra cosa, por todas estas interrogantes me parece extraordinario que las wiki-filtraciones nos estén zarandeando así. Ya hacía falta.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El incendio en la TV: ¿dónde están los editores?


por Andrea Vial
Directora Escuela de Periodismo UAH

Salir a la calle a reportear una tragedia con más de 80 muertos no es tan simple. En momentos de caos, miedo, angustia y desinformación, los periodistas son los ojos, los oidos, y sobre todo la boca y la inteligencia de sus audiencias. ¿Por qué entonces no saben reaccionar frente al dolor? ¿Por qué olvidan cómo se trata a una persona que está experimentando una situación límite?

Probablemente, si juntamos todo lo que sucedió este año, se podría elaborar el mejor texto escolar sobre Chile contemporáneo. Las tragedias y las victorias del Bicentenario han revelado mejor que nadie sobre qué miserias y bellezas estamos construidos. Lo mismo podríamos decir del periodismo audiovisual. Si seguimos el hilo narrativo de las historias que nos conmovieron el 2010 y la forma como la televisión se hizo cargo de ellas, podemos entender dónde estamos, cuánto hemos avanzado y qué falta hacia adelante.

Al igual que en una operación DEYSE, ese plan organizado que permite prepararse para una emergencia, y cuya única gracia para que valga la pena es haberlo practicado antes del incendio o el terremoto, el periodismo también cuenta con manuales de ese tipo. El problema es que a diferencia de la operación DEYSE ensayada en el colegio, pareciera que nosotros solo lo leímos una vez (si es que lo hicimos en la Universidad) y nunca nos pusimos “en situación”, antes de reaccionar a un hecho noticioso de enormes consecuencias.

Salir a la calle a reportear una tragedia con más de 80 muertos no es tan simple. No basta con hablar bien ante una cámara, tener personalidad y formular un par de preguntas en forma coherente. Y ya eso no es poco. De hecho, la gran mayoría de los televidentes no sería capaz de hacer bien ninguna de esas tres cosas. El tema es que a los periodistas, precisamente por la responsabilidad que conlleva el oficio que ejercen, se les exige mucho más. En momentos de caos, miedo, angustia y desinformación, ellos son los ojos, los oidos, y sobre todo la boca y la inteligencia de sus audiencias. ¿Por qué entonces no saben reaccionar frente al dolor? ¿Por qué olvidan cómo se trata a una persona que está experimentando una situación límite? ¿Por qué se exponen a que los humillen con un manotazo en pantalla, como fue la bofetada que recibió la periodista de Chilevisión Mónica Sanhueza?

Está claro que es necesario mostrar el dolor. Es fundamental hacerlo. Solo así, como lo expresa el autor que muchos periodistas estudiamos, Eduardo Terrasa, el público puede compadecerse y padecer con el que sufre. El punto es que el dolor es una expresión de intimidad y como parte de la intimidad, dice Terrasa, debe existir consentimiento de quien sufre para compartir esa pena. Y eso es lo que la televisión ayer no respetó. Bastaba con preguntar fuera de cámara a una madre si quería hablar de su hijo. Ese mínimo gesto hace la diferencia, más bien la deferencia.

Peor lo que hizo Megavisión. Mostrar los cuerpos captados por una cámara de celular, mientras funcionarios de la PDI intentaban verificar su identidad, traspasó todos los límites. Creo que esa decisión, de una falta de caridad sin nombre y un exquisito mal gusto, será probablemente sancionada por el Consejo Nacional de Televisión. Que nadie se atreva a enarbolar la bandera de la libertad de expresión para defender una conducta que hace rato deberíamos condenar sin excepciones. ¿Se habría atrevido el canal a mostrar esos cadáveres semi desnudos si hubiesen correspondido al de jóvenes de un colegio de La Dehesa?

Otra práctica que llama la atención es el descuido en la elección de las fuentes. La tecnología permite que hoy existan muchos reporteros ciudadanos cooperando con los medios, pero eso no significa que el periodismo tenga que olvidar su rol de aduana entre lo que es interesante y lo que es relevante. Si logramos que un testigo llame desde el interior de la cárcel para dar su testimonio, las preguntas deberán ir de acuerdo a lo que esa fuente es, un testigo interesado, y no un experto que explica con lujo de detalles las causas técnicas de un problema que no domina. Sus opiniones son válidas, por cierto. Pero el ideal sería que el aporte estuviera por el lado de lo que está ocurriendo, de cómo escapó él, que describa aquello que ve y que nosotros no apreciamos.

El verdadero aporte del periodismo no estuvo en esas eternas entrevistas por celulares, más bien estuvo cuando Jorge Hans se sorprendió con la confesión del Presidente de los Funcionarios Penitenciarios, Pedro Fernández, en el sentido de que había solo cinco gendarmes a cargo de toda la torre 5, o cuando apareció la fiscal Maldonado desencajada y algo furiosa criticando a todos los gobiernos, o cuando el Intendente de Santiago con voz tiritona le dijo a los periodistas que el terrón de barro que tenía en sus ojos era comprensible y que no tenía ninguna importancia. Esas eran las fuentes que valían la pena, las que tenían que dar la cara sin concesiones. Y a las que había que poner contra las rejas una y otra vez porque para eso son autoridades, para mandar, tomar decisiones y responder por ellas. Las otras fuentes, las del dolor, las hubiésemos querido en silencio, con el respeto del sonido ambiente. Con esas solo debíamos llorar; con las otras, encontrar explicaciones. Y cuando se llora, se llora, no se habla; en cambio, cuando se requieren respuestas, se pregunta, se indaga, se buscan datos.

Para lograr lo segundo, esos reporteros, cansados, agobiados y cargados de emociones, necesitan ayuda. Necesitan cabezas frías que tomen decisiones por ellos. Y allí están los editores. Están en las salas de control, alejados del hervidero, en la racionalidad del mando. ¿Cumplieron los editores? ¿Les soplaron al oido información de calidad a sus reporteros? ¿Los pauteraon con preguntas adecuadas en la medida que avanzaba la noticia? ¿Citaron al estudio a los expertos que pudieran ir dando contexto a todo lo que estaba sucediendo? Así trabaja la BBC. Esa cadena que tanto nos sorprendió en el rescate de los mineros. Sus reporteros en cámara no son unos sabiondos. Sus talentos son la suma de su encanto y empatía comunicacional con la capacidad intelectual propia y la de sus asistentes. A cada minuto los están alimentando con información dura, con datos frescos, chequeados y contrachequeados, lo que les da seguridad y un desplante inigualable en pantalla. Eso es trabajo en equipo. Es profesionalismo, es tomarse muy en serio el rol que les tocó jugar en la sociedad.

Nada indica que tragedias como las que hemos experimentado no estallen en cualquier minuto. Sería interesante practicar ahora el plan DEYSE. Junto con repasar algunas orientaciones programáticas, procede revisar lo que se hizo bien (para reforzarlo), corregir los errores y preparar los escenarios futuros. No es tan difícil adivinar que los aviones se van a caer, que los hospitales pueden colapsar, que algún corrupto vestido de gente anda suelto planeando alguna maldad o que el narcotráfico se puede mandar un numerito. El periodismo es un oficio demasiado sagrado como para no tomarlo con la seriedad que se merece. Sin embargo y pese a todo, creo que cuando revisemos este año llegaremos a la conclusión de que somos más libres gracias al desempeño de muchos buenos periodistas.


Artículo publicado en sitio Puroperiodismo

martes, 7 de diciembre de 2010

La dictadura de las formas




por Andrés Rojo Torrealba

A medida que la Humanidad ha ido avanzando en la historia reciente, ha ido cobrando cada vez mayor importancia el mensaje breve, propio del predominio de los medios de comunicación masiva.   Lo que el público consume es el titular y cuando se trata de noticiarios televisivos o radiales sólo es capaz de recordar un par de ideas y sólo de algunas de las informaciones que se le han entregado.

Esta situación ha sido cabalmente comprendida por el actual Gobierno, que ha llevado adelante un cuidadoso plan de marketing para promover sus iniciativas, a diferencia de las administraciones anteriores de la Concertación, que preferían el uso de los símbolos como elemento de comunicación, que, sin duda, tiene mayores significados y de mayor profundidad que un titular pero que, al mismo tiempo, corre el riesgo de caer en el vacío si no es bien comprendido por el público.

El titular o la cuña, como se le llama en jerga periodística a la frase que el político entrega sabiendo que será la que será reproducida en radio y televisión, tienen el mérito de producir un impacto concreto, aunque no perdure en el largo plazo.

Lo que hace el Gobierno entonces es utilizar concienzudamente este método, reiterándolo cuando considera necesario asegurar que el mensaje llegue a la gente, como lo ha venido haciendo al decir, cada vez que entrega un balance de sus logros, que sus éxitos superan a lo hecho por el Gobierno anterior.   Como es natural, el público es incapaz de recordar las cifras o aun el asunto del que se trata la información, pero sí entiende que esta administración lo está haciendo mejor que la pasada.

Frente a esto se tiene que responder con un lenguaje similar, lo que no ha logrado definir la actual oposición, que tiende a la queja, como si su adversario estuviera haciendo trampa.  Si de fútbol se tratara, lo que se escucharía desde la Concertación sería la protesta por un gol realizado en posición de adelanto.

El problema es que el público, que es el que hace de árbitro para estos efectos, no vio la jugada sino el gol solamente y lo está validando y a punto de sacar tarjeta amarilla a quienes protestan porque, tal como sucede en el fútbol, el árbitro no tiene la posibilidad de ver la posición del goleador por una pantalla de televisión, en cámara lenta ni repitiendo la imagen sino que se atiene a lo estrictamente formal, y eso es que hubo un gol.

Puede ser injusto que las formas prevalezcan sobre el fondo, pero es la manera en que se debaten –o dejan de debatir- las ideas en política.  El slogan está sobre el discurso y la frase capaz de dejar huella en la mente del público predomina sobre los pesados volúmenes con cifras que puedan demostrar lo contrario de lo que se afirma.   Parafraseando el slogan usado por Bill Clinton para derrotar a Bush padre -“es la economía, estúpido”-, la Concertación debería entender que ahora se trata del lenguaje.
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